miércoles, 13 de junio de 2012

Despedida.


Supongo que en estas fechas es lo más común. Ver a todas esas personas con las que te has encariñado durante un año, verlas por última vez, desearos todo lo mejor, y prometer que pronto os volveréis a ver, sea como sea.
Este año he conocido a decenas de personas, algunas de las cuales no recuerdo haber conocido, otras con las que preferiría no haberme cruzado, algunas con las que he pasado muy buenos momentos, y otras con las que los buenos momentos se han quedado cortos. Pero, ¿alguna vez has conocido a alguien a las puertas de una despedida? Es algo extraño. Es como si vuestro tiempo ya tuviese las horas contadas incluso antes de conoceros. Miradas inocentes y tímidas desde los primeros días. Algún que otro saludo cruzado. Esas sonrisas que se escapan mientras piensas "¿estará pensando que somos unos cobardes, al igual que yo? Y cuando estás a punto de dejar la vida que estás llevando, se mete en tu vida como si tuvierais toda la vida por delante.
¿Hasta qué punto debemos consentir eso? ¿Debemos dejar que alguien se gane nuestras sonrisas, nuestro cariño y nuestra confianza, sabiendo que la despedida está ahí, llamando a la puerta?
Es cierto eso que dicen de que a veces la persona perfecta aparece en un momento inadecuado. Eso es algo peligroso, ya que reaviva nuestro interés, nuestra alegría y nuestra ilusión. Para dejarte con la miel en los labios, sin llegar a terminar de disfrutarlo.
"Esto tendría que haber pasado mucho antes, pero mejor tarde que nunca". Esas palabras se me han quedado absolutamente grabadas en la memoria, y supongo que necesitaré muchas lágrimas para borrarlas. Ahora, con ese eco sonando en mi cabeza y con esa frase bien presente, me pregunto, ¿es cierto eso? ¿mejor tarde que nunca, o habría sido mejor que no hubiese pasado si, en el fondo, no tenía ningún futuro? A mí, personalmente, me ha servido para darme cuenta de que siempre hay alguien que ve algo especial en ti. Que la química existe, porque es evidente que existía desde el primer minuto, aunque, como llevo pensando desde entonces, seamos unos cobardes sin la valentía suficiente para invitar al otro a un café. Alguien que no conoce tu personalidad, pero que al cruzarse contigo cada mediodía ha llegado a la conclusión de que hay algo en ti que le intriga. Y, quizás demasiado tarde, decide descubrir qué es ese algo.
Creo que no cambiaría el hecho de que esto haya sucedido, pero ahora, tras esa despedida que llevaba tiempo pisándonos los talones, me pregunto si habrá, o no, merecido la pena.


1 comentario:

  1. Leer esto ha hecho que se me salten las lágrimas. Describes perfectamente algo que creo que hemos sentido muchos.

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